jueves, 22 de mayo de 2008

¿Qué nivel de vida puede permitirse un Cristiano?

(del libro “Con los pobres, contra la pobreza” de Luis González Carvajal)

Siendo tanto lo que nos jugamos, parece necesario dar alguna luz sobre una cuestión candente: ¿qué nivel de vida puede permitirse el cristiano? Debo confesar, sin embargo, que abordo este tema sin demasiadas esperanzas. Mucho me temo que se han de cumplir los temores de Quevedo: “Estoy viendo que lo han de leer los unos para los otros y ninguno para sí”. A pesar de ello no puedo omitirlo.

El nivel de vida de los cristianos deber ser lo que, siguiendo a Péguy, vamos a llamar “pobreza decorosa”. Péguy distinguía, en efecto, entre la pobreza -que es purgatorio- y la miseria -que es infierno-: La pobreza, emparentada con la paupertas de Horacio, sería el estado en el que se dispondría de lo necesario para vivir, sin lujos, pero con decoro. Es una especie de purgatorio, que le hace al hombre comprender sus límites y le abre al amor y atención de los demás. La miseria, emparentada con la egestas de Horacio, es, por el contrario, un verdadero infierno, en que se vive en auténtica desesperación por el mañana y del que es urgente librar al hombre.

Aquí podemos encontrar resonancias, sin duda, del libro de los Proverbios: “No me des pobreza ni riqueza. Dame aquello que he menester, no sea que llegue a hartarme y reniegue, y diga: “¿Quién es Yahvé?”; o no sea que, siendo pobre, me dé al robo, y blasfeme el nombre de mi Dios” (Prov 30,8-9).

Pues bien, intentemos concretar algo más, aunque, como es lógico, sólo podemos aportar ciertas pistas para el discernimiento personal o comunitario, pero en absoluto respuestas ya elaboradas.

Existen en primer lugar los bienes necesarios para la vida, aquellos sin los cuales seria imposible subsistir (comida, vivienda, vestido...). Sobre dichos bienes tenemos un derecho absoluto y no debemos privarnos de ellos.

Pero la vida, para ser verdaderamente humana, tiene también otro tipo de necesidades: cultura, ocio, etc. Esas necesidades sufren variaciones importantes según los grados de civilización y las condiciones personales de cada uno. Santo Tomás decía que “el ciego precisa un lazarillo”; Paderewski -añadía Mounier- “tiene derecho al piano de lujo que será el único capaz de dar valor a su interpretación”; un profesor necesita libros, etc. Pues bien, estos bienes, que la tradición cristiana ha llamado necesarios para la condición, en principio son también legítimos, pero sobre ellos no tenemos un derecho absoluto y debemos estar dispuestos a moderar su posesión de acuerdo con el espíritu cristiano de austeridad. La previsión con respecto al futuro, por ejemplo, debe estar muy limitada por la confianza en la providencia. Especialmente en tiempos de penuria y escasez todos debemos reducir nuestro nivel de vida.

Por último, hay que considerar superfluos todos aquellos no necesarios para la vida ni para la condición. Sobre ellos no tenemos el menor derecho. De acuerdo con la tradición de la Iglesia que recordamos más arriba, pertenece a los necesitados.

Resumiendo: El cristiano debe aspirar a tener todos los bienes necesarios para la vida y algunos -pero no todos- de los bienes necesarios para la condición. Nada más. Renuncia de antemano a todos los bienes superfluos e incluso a algunos bienes necesarios para la condición porque se niega a sí mismo el derecho a ser rico mientras haya tantos pobres y tan pobres.

Pongamos algunos ejemplos. La comida es un bien necesario para la vida. Pero no cualquier comida. No es necesario para la vida comer mariscos. Hacerlo con motivo de una celebración puede ser “necesario para la condición”. Comerlos habitualmente entraría ya en los bienes superfluos. Tener un coche no es necesario para la vida, aunque quizá sí “para la condición”. Pero no cualquier coche. Un coche más lujoso o mayor de lo necesario es ya un bien superfluo. Y así sucesivamente.

Por lo que se refiere tanto a los bienes “necesarios para la vida” como a los bienes “superfluos”, el discernimiento es relativamente fácil: debemos aspirar a poseer los primeros y no tenemos derecho a ninguno de los segundos. El discernimiento más difícil tiene lugar en los bienes necesarios para la condición, puesto que debemos poseer algunos, pero no todos. Precisamente por eso es necesario analizar el problema globalmente, viendo a cuántos de ellos he renunciado de antemano, porque de uno en uno todos podrían ser legítimos.

Este es un texto que intento tener siempre presente. Desde que lo leí por primera vez hace años, lo he utilizado en multitud de conversaciones como ejemplo de lo que deberían ser los cristianos y la Iglesia.

Creo que se entiende bastante bien, y define perfectamente lo que es un cristiano, no da pie casi a interpretaciones.
Pues para todas esas personas que les gusta criticar a la Iglesia va este texto; cuidao, que yo tmb lo hago, pero desde el conocimiento.
Lo que quiero reivindicar y criticar aquí es mi derecho a no ser criticado (e incluso insultado) como parte de la Iglesia que soy por esas personas que por rutina o por que les da la gana tienen la boca preparada a todas horas para echar pestes sobre la Iglesia. Esta tiene muchos fallos, si, pero también ha hecho mucho por los demás. Y los que somos cristianos también intentamos poner nuestra vida al servicio de los que necesitan más que nosotros, seguro que mucho más que esas personas que tanto les gusta hablar.

Por favor, un poco de respeto.


Ahora, por favor, comentad algo...

2 comentarios:

m.vera dijo...

gran reflexión... sí señor.
Gracias por el texto, es para leerlo y releerlo varias veces...

Un abrazo, hermano

Anónimo dijo...

Ay, César, si todas las personas cristianas leyeran este texto...

Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que se dicen ahí. La pena es que de todos los discursos que tiene la iglesia, este tipo salgan tan poco a la luz y la conducta de las propias personas cristianas. Me alegra saber que hay cristianos de base que anteponen estos temas a muchos otros, y también estoy de acuerdo contigo en que a la iglesia se le pueden criticar muchas cosas, pero radicalizarse en el "todo es malo", no lleva a ningún lado ni permite el diálogo.

Por otra parte, me parece muy arriesgado confiar en la divina providencia, pero claro, ahí entramos en los dogmas cristianos, que o se creen, o no se creen.

Un abrazo