Se han hecho ya todos los elogios debidos a la médica brasilera, Zilda Arns —hermana del Cardenal de los derechos humanos, Paulo Evaristo Arns—, que sucumbió bajo las ruinas del terremoto de Haití. Tal vez la opinión pública mundial no se haya dado cuenta de la importancia de esta mujer que en 2006 fue propuesta como candidata al premio Nóbel de la Paz. Y bien que lo merecía, pues dedicó toda su vida a velar por la salud de las personas más vulnerables. Durante 25 años coordinó la Pastoral del Niño acompañando a más de un millón ochocientos mil menores de cinco años y a más de un millón cuatrocientas mil familias pobres. Con medios simples, como el suero casero, la alimentación a base de un preparado de nutrientes y otros recursos mínimos, salvó a millares de niños que antes fatalmente morían. A partir de 2004 inició la Pastoral de la Persona Mayor que llega a cien mil personas de edad avanzada.
Sería largo contar su extraordinario trabajo, difundido ya en más de 20 países pobres del mundo. Lo que pretendo es enfatizar los valores del capital espiritual que sustentaron su práctica. En esto iba en contra del sistema dominante y sirve de inspiración para el momento actual.
Hay una convicción creciente de que no saldremos de la crisis de civilización actual si continuamos con los mismos hábitos y los mismos valores consumistas e individualistas que tenemos. La dra. Zilda mostró cómo puede ser diferente y mejor.
Ella honró el cristianismo, viviendo una mística de amor a la humanidad que sufre, de esperanza en que siempre se puede hacer alguna cosa para salvar vidas, de fe en la fuerza de los débiles que se organizan y en prestar oídos a todos, hasta a los niños que no hablan todavía.
Tenía clara conciencia de que la solución viene de abajo, de la sociedad, sin que con eso se dispense al Estado de su deber. Los problemas sociales se resuelven a partir de la sociedad. Para eso suscitó la sensibilidad humanitaria que se esconde en cada persona e inauguró la política de la buena voluntad. Más de 250 mil personas voluntarias, sin retribución económica alguna, asumieron los trabajos junto a ella.
Copiada de la práctica de Jesús, una idea-generadora movía su acción: multiplicar. No sólo panes y peces como hizo Él, sino, en las condiciones de hoy, multiplicar el saber, la solidaridad y los esfuerzos.
Multiplicar el saber implica trasmitir a las personas sencillas los rudimentos de higiene, el cuidado con el agua, la toma periódica del peso del niño y la alimentación adecuada. Este saber refuerza la autoestima de las personas y confiere autonomía a la sociedad civil.
Multiplicar la solidaridad que, para ser universal, debe partir de los últimos, buscando llegar a las personas que viven en los rincones donde nadie va, tratando de salvar al niño más desnutrido y casi agonizante. Esta solidaridad es la que más escasea en el mundo actual.
Multiplicar esfuerzos, implicando a las políticas públicas, las ONG, los grupos de base, las empresas en su responsabilidad social, en fin, todos los que ponen la vida y el amor por encima del lucro y el provecho. Pero sobre todo multiplicar la buena voluntad generosa.
Estos son los contenidos del capital espiritual que deben estar en la base de la nueva sociedad mundial que hay que gestar. El siglo XXI será el siglo del cuidado de la vida y de la Tierra o será el siglo de nuestra autodestrucción. Hasta ahora hemos globalizado la economía y las comunicaciones. Tenemos que globalizar la conciencia planetaria y multiplicar el saber útil a la vida, la solidaridad universal, los esfuerzos para construir lo que todavía no ha sido ensayado. Amor y solidaridad no entran en las estadísticas ni en los cálculos económicos, pero es lo más buscado y lo que nos puede salvar.
La médica Zilda Arns seguramente sin saberlo, pero proféticamente, nos mostró en miniatura que este mundo no sólo es posible, sino que ya ahora es realizable.
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