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Escrito por: Juan Masiá Clavel [blogger] el 03 Nov 2010
(Continúa la serie iniciada en el post del 12 de septiembre sobre la necesidad de revisar a fondo los condicionamientos antropológicos negativos que han lastrado durante mucho tiempo la moral teológica).
Apunte 3: Autonomía
Autonomía es una de las palabras clave que aparecen continuamente en los debates de ética y fe. Conviene revisar los debates que han tenido lugar dentro de la teología católica acerca de la autonomía, porque esas posturas repercuten en favorecer o dificultar la relación apropiada entre ética y religión. Esos debates siguen en un atolladero dentro de la teología, porque no se ha asimilado el cambio más radical del Concilio Vaticano II: el paso de una mentalidad estática y clasicista a una mentalidad dinámica, evolutiva y con conciencia histórica (GS, n. 5).
Este giro radical en el pensamiento se muestra en uno de los pasajes más importantes para comprender la Constitución del Concilio Vaticano II Sobre la Iglesia en el mundo actual (la que conocemos con su nombre latino deGaudium et spes, Gozo y esperanza); es su número 5. En ese párrafo se afirma que “la humanidad está pasando ahora desde una concepción más bien estática de la realidad a otra más dinámica y evolutiva”. Al constatar este giro tan decisivo, concluye el texto conciliar reconociendo que “surge un nuevo conjunto de problemas que exige nuevos análisis y nuevas síntesis”. En ese marco se encuadra el tratamiento teológico de la autonomía de las realidades terrestres, tanto científicas como éticas.
El paso de la mentalidad estática a la dinámica no fue nada fácil durante los tres años que duró el Concilio. No es de extrañar que, en 1962, al comienzo del Concilio, los obispos reunidos estuvieran dudando entre dos posiciones opuestas, que tardaron tres años en superarse. Una mitad era partidaria de decir que la Iglesia tiene ya las respuestas y soluciones para los problemas actuales; se mantenían en la postura paternalista y partidaria de la heteronomía en ética. La otra mitad pensaba que eso es pasarse, que la Iglesia no tiene respuestas prefabricadas que aparezcan automáticamente con sólo apretar una tecla y buscar en la Biblia. Lo que la Iglesia saca de la Palabra divina es luz y fuerza para seguir caminando y buscando, en unión con el resto de la sociedad, las respuestas que aún no se han encontrado. Esta mentalidad quedaba abierta a admitir una autonomía de las realidades terrestres y de la ética, compatible con la creencia en un absoluto que convierte a la autonomía humana en una “autonomía religada”, por decirlo con la terminología de Zubiri.
Tardaron los obispos conciliares tres años en votar, por fin, por mayoría casi unánime el texto del que ahora es el número 33 de Gaudium et spes. En él se dice que “la Iglesia custodia el depósito de la Palabra de Dios, del que brotan criterios religiosos y morales; pero eso no significa que la Iglesia tenga siempre a mano la respuesta adecuada para cada cuestión” (GS 33). Al hablar así estaba el Concilio animando a un talante nuevo: caminar unidas la búsqueda ética laica y la cristiana, en vez de creer que una de ellas tiene solamente preguntas y la otra monopoliza las respuestas. Ambas caminan preguntando. Por eso afirma el Concilio que desea “unir la luz reveladora y el saber humano”. Notemos que una cosa es recibir luz reveladora y otra cosa sería disponer de soluciones reveladas para todos los problemas.
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