Un viaje desde el Mazinger Z de Tarragona a Ordos, una ciudad china construída para no ser habitada
José Luis de Vicente (elastico.net) ha coleccionado aberraciones de un sistema en crisis
"Nuestra generación tenía promesas de futuro para casi todo; ahora ese mito se ha roto"
13.04.2011 ·
Esta entrevista tiene mucho más sentido si se pierde un rato, tranquilamente en casa o esquivando la mirada de los compañeros de trabajo, para ver el vídeo de aquí arriba, la charla completa de José Luis de Vicente en el 13 Festival Zemos98 titulada “Las cosas no salieron como esperábamos”.
Este relato – que bien podría ser un reportaje o un ensayo o una película – comienza en una parada de bus a la puerta de un centro geriátrico de Dusseldorf, Alemania. Por esa parada no pasa ningún autobús, pero fue instalada por los enfermeros a modo de trampa para los ancianos que intentaran escaparse: si en el recuento falta alguien, basta con acercarse a la puerta y ver que el desaparecido está, quizá desde hace horas, esperando un modo de transporte que no va a llegar.
Luego nos lleva por “las tomas falsas del progreso”, estructuras arquitectónicas que se proyectaron pensando en un futuro que no fue o restos de la visión más ambiciosa, especulativa y voraz del progreso occidental. Un muñeco de Mazinger Z de más de 10 metros de alto para presidir y promocionar una urbanización en Tarragona que nunca se acabó, por ejemplo.
El Mazinger Z de Tarragona, levantado en los 70 para una urbanización que nunca se terminó. Hoy día allí sigue, entre los árboles, recibiendo visitas de turistas de lo improbable
Y así una veintena de postales que ha ido coleccionando De Vicente, experto en cultura digital, escritor, comisario de arte y con cierto regusto nostálgico a periodista.
P. Si todo esto fuera ficción, sería creíble.
R. Sí, todo lo que cuento podría colar como falso, pero no lo es. Ahora, sí que tiene algo de ficción, porque la ficción no es algo que sucede al margen de la realidad, sino que es un elemento constitutivo de la realidad, una ficción que se construye involuntariamente. Me interesa un entendimiento menos literal de lo que suponen las cosas. Que haya un superordenador en una capilla, como sucede en Barcelona con el Mare Nostrum, o el caso del Mazinger Z podrían parecer una frikada más. Pero son un ejercicio literario, de ficción, que habla de nosotros.
Otro ejemplo: ¿qué significa que haya una ciudad en China, Ordos, construída con todo lujo, flamante, completa pero que no está habitada por nadie?
Ordos, una ciudad china preparada para un millón de habitantes y absolutamente vacía. Reportaje en Al Jazeera (en inglés).
P. ¿Y qué significa Ordos para ti?
R. Lo importante es que a diferencia de otros casos que podamos pensar, como el de Seseña, en Toledo, el de Ordos no es la historia de un fracaso sino de un éxito rotundo. El Gobierno chino ha construido esa ciudad no para que sea habitada sino para aumentar el Producto Interior Bruto del país con la actividad de su construcción; no necesitan que la ciudad cumpla ninguna función. Es un instrumento de manipulación estadística y eso se convierte en un elemento ordenador del espacio.
P: Y de la geopolítica.
R. Exacto. Si cambiamos la faz de la tierra para cuadrar números en un Excel… Es que es… Estamos llegando a unos niveles de abstracción que en realidad tienen mucho que ver con puras entelequias, como las del mercado financiero que se cuentan por ejemplo en el documental Inside Job. El mundo no es lo que la gente cree que es. Tenemos una visión tremendamente literal y tangible de las fuerzas que dominan el mundo, y el mundo está dominado por grandes abstracciones.
P. ¿Entonces el factor definitorio de estos grandes fracasos que tú presentas es la especulación?
R. No en todos los casos, por ejemplo en los de las centrales nucleares que nunca se terminaron en los 80. La clave para mi está es que nuestra noción de progreso no avanza en linea recta y predecible, sino que es una trayectoria en zigzag que se ve desviada por el camino. Pasan cosas con las que no habíamos contado. Las ruinas del futuro son esos restos, las tomas falsas del progreso. Muestra hasta qué punto las civilizaciones son sujetos inseguros y dubitativos.
P. ¿Eso es malo?
R. Ufff… (risas). A ver, sí que creo que es malo y en cualquier caso evitable. Estamos escandalizados con la cantidad de aeropuertos vacíos que existen. Ahora nos damos cuenta de que es un problema y una locura. ¿Qué sentido común tenemos ahora que no teníamos cuando esos proyectos se gestaban?
El Progreso se convierte en un ideal tan inamovible y genera un consenso tan totalizador a su alrededor, que es muy difícil oponerte a él y que no pase por encima de ti como un tren. ¿Se va a hacer un juicio sumarísimo con todos los que nos han llevado a esta situación? No, no se va a hacer. No se dará una discusión seria sobre por qué nos entregamos a esa locura desbocada.
Spot del 13 Festival Zemos98, aludiendo a la fascinación por el progreso.
P. Más allá de los círculos de poder, ¿no estamos los ciudadanos permanentemente fascinados?
R. Coge como ejemplo la Expo de Zaragoza, que conoces bien.
P. O la Expo de Sevilla, que tú también eres sevillano.
R. Absolutamente. Recuerdo perfectamente esos seis meses de suspensión de la realidad, y lo recuerdo con fascinación, es verdad. Habitábamos en una especie de parque de las maravillas con leyes extrañas y yo no puedo contar esa historia en términos meramente negativos. Emocionalmente, no puedo ser cínico del todo. ¿Sabes por qué? Porque para mí Sevilla era un sitio muy literal, muy prosaico, y a nada que tuvieras problemas para comulgar con la religión del sevillanismo mínimamente, chocabas. Y aquello, quieras que no, era una explosión de imaginación, aunque tuviera cierto tufillo.
P. ¿Y entonces…?
R. Pues la única explicación que tengo es que con el raciocinio en la mano y con el sentido común en la mano, está claro que hay cosas que no tienen justificación. Pero si los seres humanos no solo somos sentido común, sino mucho más, no podemos pedirle otra cosa a la sociedad. Piensa en un vestido de boda. ¡¿Qué sentido tiene que el vestido más caro que te vas a comprar en tu vida vayas a llevarlo solo una tarde?! Pero necesitamos ese transito simbólico. Eso sí, hay extremos inaceptables.
P. Llevamos décadas contando al mundo que el progreso de Occidente es el bueno. ¿Podemos pedirle ahora a los países en desarrollo que no quieran disfrutar de lo que nosotros hemos disfrutado?
R. Lo más fácil es que repitan el patrón y lo único que puede evitarlo es una verdadera conciencia global. Ellos pueden reclamar que por qué no tienen derecho a disfrutar de lo que nosotros hemos disfrutado y la única respuesta es que por ese camino no hay salida. Hay que proponer otra cosa.
P. El progreso y la tecnología. Siempre de la mano. Pertenecemos a una generación de un optimismo tecnológico muy fuerte. ¿Cómo convives tú con eso?
R. Yo he sido durante muchos años, desde los 90, un tecnodeterminista, es decir, que pensaba que la tecnología por sí misma podía solucionar todos los problemas. Yo en el año 94 me colaba en la Escuela de Ingenieros de Sevilla para sentarme en la primera sala de ordenadores y conectarme. Aquello era una explosión muy fuerte: de repente la posibilidad de construir la sociedad a partir de grandes comunidades donde el espacio no quedaba marcado. Interioricé todos los argumentos utópicos y hasta redentores de la tecnología. Y obviamente, desarrollas una conciencia crítica posterior que te hacen ver los intereses comerciales e ideológicos detrás de determinadas cosas, o la falta absoluta de memoria que tiene la tecnología.
P. Las reglas de lo analógico han desembarcado en ese mundo horizontal de lo digital.
R. Sí, pero esto ya había pasado antes. Es muy curiosa la historia de cómo se construye la cibercultura en la California de los años 60: una mezcla de hippies, militares y hackers que acaban siendo el verdadero caldo de cultivo de Internet, creando esas tensiones entre el hipismo y el libertarismo, por un lado, y entre lo neoliberal y lo anarcocapitalista por otro. Un símbolo de esto es la revista Wired, referente internacional en información tecnológica, que es un buen ejemplo de cómo pasar de la contracultura al neoliberalismo en tres cómodos pasos.
P. Bueno, hay quien dice que nada nuevo es verdaderamente relevante y que en realidad nunca cambia nada.
R. No estoy de acuerdo en absoluto. La Wikipedia es una transición fundamental en la historia del conocimiento, pongamos como nos pongamos.
P. ¿Alguna ruina del futuro que no sea física sino digital?
R. Second Life (risas). Y además es algo cíclico. Estoy convencido de que resucitaremos el sueño de Second Life, y probablemente vuelva a caer. Y la historia de Internet nos reserva grandes guiños en el futuro.
P. Sea lo que sea eso del futuro.
R. Sí, porque todo esto demuestra que nuestra relación con el futuro está cambiando. El futuro no es solo una categoría temporal, es también una fuerza cultural vinculada al progreso, al desarrollo, al mañana. Hemos pasado por unas decepciones que han transformado nuestra noción cultural del futuro. Nosotros nos hemos criado en una construcción del discurso del mañana…
P. Donde nuestro mañana era mejor que el de nuestros padres y abuelos.
R. Sí, un mundo fácilmente dibujable porque había una promesa de progreso para casi todo. Y ahora nos hemos quedado sin ese mundo, el tren hacia el futuro ha llegado a su para final. De tal modo que todo lo que pensamos sobre el futuro cambia. E incluso comprendemos que lo que hemos vivido en el pasado puede estar aquí de nuevo.
Fragmento de un capítulo de la serie Los Simpson en el que los niños cantan una canción de bienvenida a las olimpiadas en su ciudad titulada “Los niños son el futuro”
P. Ante tanto mito, ante tanta construcción cultural artificiosa, ¿no dan ganas de rendirse?
R. A mí no. Porque la carencia de visiones de futuro, la carencia de apuestas, no es un escenario mejor. La izquierda tiene un problema: tiene que forjar una nueva visión de futuro. Estoy harto de escuchar a intelectuales exponer las causas de la crisis de forma clarísima y ser incapaces de proponer nada después.
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